No me gusta este estilo de vida, pero me ha tocado vivirla, siento ira, tristeza, rencor y miedo.
Tengo solo 10 años y ya conozco todos los basureros de la ciudad, duermo bajo el puente, mientras los transeúntes suben y bajan, los unos se detienen en el poste, hasta desocupar lentamente su vejiga, y aliviar su riñón, los otros hacen no se cuantas cosas más…
Siempre allí donde aletea el frío intenso, donde se mecen las telarañas y trapos sucios, desde ahí, bajo mis sueños de cartón, me mira el despiadada cielo y las estrellas en las cruentas noches de mi soledad.
Al amanecer siento encogido el cuerpo y el alma, entonces escupo mi amargura sobre la corrompida sociedad.
No se quien soy, me llaman Ramón, no conozco a mis padres, la calle es mi casa, mi familia otros que duermen bajo el puente, con ellos voy creciendo y voy aprendiendo como llenar el estomago vacío.
Todavía soy muy chico, siento miedo y solo aviso a mis amigos cuando está cerca el peligro, pero el Picoloco, con Pacho y Bernardo que son los más grandes, atracan a los caminantes desprevenidos e ingenuos, y con la platica que les roban, algo comemos pero no podemos dejar de comprar el frasquito de bóxer para adormilar la vida, es así como la voy pasando, con mis amigos.
Sin embargo en las noches temblando de hambre y frío, crece mi rabia y vuelvo a maldecir la sociedad, especialmente a mis padres, y para no pensar en nada pego la nariz la mágico frasquito que me quita todo dolor, todo sufrimiento y vuelvo a tenderme sobre mi lecho de cemento.
Al rayar un nuevo día como es costumbre pasamos siempre cerca al puente, las gentes se desplazan hacia sus trabajos y Ramón parece estar profundamente dormido, sus amigos, no están con él.
Compramos el periódico en la esquina, y vaya terrible sorpresa, Ramón no está dormido, está muerto, el periódico dice que hubo una balacera, sus compañeros huyeron heridos, pero el pequeño no pudo hacerlo, se desangro lentamente hasta morir.
Después de este terrible suceso en memoria de Ramón se publicó el poema.
EL NIÑO DE LA CALLE
Bajo la helada brisa,
sobre la yerta calle,
con la carita triste,
por la orfandad y el hambre,
va acumulando agravios
entre su mente tierna
y horizontes perdidos,
desdibuja la hierba.
Su lecho de cemento,
frente a una rica puerta,
agrede su razón, su pensamiento,
y comienza el camino en lucha abierta;
busca una explicación a su existir,
convirtiéndose en mueca su sonrisa,
porque la aurora es noche en su vivir,
y el verano el calor que la precisa,
las huellas del dolor se van ahondando,
ante una sociedad indiferente,
el mira triste y sigue caminando…
con la marcada hiel sobre su frente;
los rojos cardos de su débil planta,
hacen sangrar su mundo de ilusiones,
por alimento un nudo en la garganta,
y una noche de invierno en sus canciones;
su maltratada vida y sus razones,
son furia de volcanes que revientan,
ante una sociedad son corazones,
su desangrado grito se violenta.
Para el taller de Renata – Boyacá, AURA INES BARÓN
Tengo solo 10 años y ya conozco todos los basureros de la ciudad, duermo bajo el puente, mientras los transeúntes suben y bajan, los unos se detienen en el poste, hasta desocupar lentamente su vejiga, y aliviar su riñón, los otros hacen no se cuantas cosas más…
Siempre allí donde aletea el frío intenso, donde se mecen las telarañas y trapos sucios, desde ahí, bajo mis sueños de cartón, me mira el despiadada cielo y las estrellas en las cruentas noches de mi soledad.
Al amanecer siento encogido el cuerpo y el alma, entonces escupo mi amargura sobre la corrompida sociedad.
No se quien soy, me llaman Ramón, no conozco a mis padres, la calle es mi casa, mi familia otros que duermen bajo el puente, con ellos voy creciendo y voy aprendiendo como llenar el estomago vacío.
Todavía soy muy chico, siento miedo y solo aviso a mis amigos cuando está cerca el peligro, pero el Picoloco, con Pacho y Bernardo que son los más grandes, atracan a los caminantes desprevenidos e ingenuos, y con la platica que les roban, algo comemos pero no podemos dejar de comprar el frasquito de bóxer para adormilar la vida, es así como la voy pasando, con mis amigos.
Sin embargo en las noches temblando de hambre y frío, crece mi rabia y vuelvo a maldecir la sociedad, especialmente a mis padres, y para no pensar en nada pego la nariz la mágico frasquito que me quita todo dolor, todo sufrimiento y vuelvo a tenderme sobre mi lecho de cemento.
Al rayar un nuevo día como es costumbre pasamos siempre cerca al puente, las gentes se desplazan hacia sus trabajos y Ramón parece estar profundamente dormido, sus amigos, no están con él.
Compramos el periódico en la esquina, y vaya terrible sorpresa, Ramón no está dormido, está muerto, el periódico dice que hubo una balacera, sus compañeros huyeron heridos, pero el pequeño no pudo hacerlo, se desangro lentamente hasta morir.
Después de este terrible suceso en memoria de Ramón se publicó el poema.
EL NIÑO DE LA CALLE
Bajo la helada brisa,
sobre la yerta calle,
con la carita triste,
por la orfandad y el hambre,
va acumulando agravios
entre su mente tierna
y horizontes perdidos,
desdibuja la hierba.
Su lecho de cemento,
frente a una rica puerta,
agrede su razón, su pensamiento,
y comienza el camino en lucha abierta;
busca una explicación a su existir,
convirtiéndose en mueca su sonrisa,
porque la aurora es noche en su vivir,
y el verano el calor que la precisa,
las huellas del dolor se van ahondando,
ante una sociedad indiferente,
el mira triste y sigue caminando…
con la marcada hiel sobre su frente;
los rojos cardos de su débil planta,
hacen sangrar su mundo de ilusiones,
por alimento un nudo en la garganta,
y una noche de invierno en sus canciones;
su maltratada vida y sus razones,
son furia de volcanes que revientan,
ante una sociedad son corazones,
su desangrado grito se violenta.
Para el taller de Renata – Boyacá, AURA INES BARÓN
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